"Uno de los principales objetivos de la educación debe ser ampliar las ventanas por las cuales vemos el mundo"
Arnold H. Glasow.

lunes, 6 de abril de 2015

La televisión y la escuela

     En la relación que la escuela mantiene con la televisión se produce una curiosa paradoja: en la institución escolar se suelen adoptar actitudes muy agresivas contra la televisión y, en cambio, no se suele dedicar tiempo alguno a formar buenos telespectadores. 

     Cuando se acusa a la televisión de muchos de los males que aquejan a las nuevas generaciones y se le atribuyen responsabilidades en el fracaso de la propia institución escolar, de manera implícita se le está reconociendo un poder. En cambio, se educa como si la televisión no existiera. 
O como si fuera totalmente inofensiva, como si no hiciera falta preparación alguna para enfrentarse a ella.

     En definitiva, la escuela no es capaz ni de aprovechar el presunto poder de la televisión en beneficio propio ni de ofrecer a los alumnos una formación adecuada para una aproximación reflexiva y crítica al medio. En otras palabras, a menudo el problema educativo de la televisión habría que situarlo más en la escuela que en la propia televisión.

     A menudo se considera que basta una formación humanística para ser un buen telespectador, que es suficiente una capacidad crítica general. Se olvida, una vez más, que la televisión se mueve en una esfera comunicativa muy específica. Mientras en la escuela se enseña a decodificar palabras, la televisión se comunica sobre todo con imágenes. Mientras la escuela enseña a analizar discursos, la televisión se expresa sobre todo en relatos. Mientras la escuela enseña racionalidad, la televisión utiliza sobre todo la emotividad. Mientras la escuela tiende a moverse en el ámbito de la mente consciente, la televisión incide sobre todo en el inconsciente. Mientras la escuela prepara para el razonamiento y la argumentación, la televisión utiliza sobre todo los recursos de la seducción. Formación racional frente a comunicaciones inadvertidas. Mal bagaje para un telespectador indefenso.

     En definitiva, tanto desde la falta de formación como desde una formación excusivamente verbalista y racional, el telespectador sigue siendo enormemente vulnerable, incapaz de hacer frente a unos mecanismos de comunicación y persuasión para los que no está preparado.

¿Qué clase de formación necesita, pues, el ciudadano para enfrentarse a todos estos efectos? 

Habría que distinguir entre una doble dimensión en la aproximación de la escuela a la televisión: educar en el medio y educar con el medio. Son dos dimensiones diversificadas, pero que pueden y deben acabar por confluir.

Por una parte, hay que enseñar a ver la televisión. Hay que ofrecer metodologías y pautas para el aprendizaje del análisis de los diversos discursos televisivos. 

Por otra parte, hay que incorporar las imágenes televisivas al aula para optimizar el proceso de enseñanza­aprendizaje, en las diversas áreas y niveles. Y no necesariamente los programas más educativos, serios o aburridos. Espots publicitarios, noticias de los informativos, filmes, series ­o secuencias de filmes o series­, sketchs, reportajes o documentales pueden incorporarse al aula para ilustrar, motivar o ejemplificar los contenidos de una unidad didáctica.

La incorporación de la televisión a la enseñanza se basa en un concepto clave de la Reforma Educativa: el de la enseñanza significativa. Si ver la televisión es la actividad a la que más tiempo dedican los alumnos fuera del aula, ¿cómo puede llamarse significativa una enseñanza que no parte nunca o casi nunca de las imágenes de la televisión?

La integración de estas imágenes cumplirá una doble función: motivadora y de prolongación del proceso de aprendizaje. Por ejemplo, el profesor de lengua que explica en el aula las figuras retóricas puede optar entre usar ejemplos extraídos de Quevedo o espots publicitarios. No son opciones excluyentes, pero, si tiene que optar por una sola, el espot tiene la ventaja de será más motivador para los alumnos. Además, utilizando el espot se prolongará el aprendizaje, por cuanto cada vez que el alumno contemple luego un espot televisivo fuera del aula le vendrán espontáneamente a la mente los elementos críticos aportados por el profesor. En cambio, difícilmente el alumno leerá nunca a Quevedo fuera del aula, de manera que en este caso difícilmente se prolongaría el aprendizaje. El ejemplo es extrapolable a otras áreas de la enseñanza.

Para finalizar, os dejo la presentación del trabajo que han realizado mis compañeras, os recomiendo que lo veais:

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